RADICALES

Compañeras y su guagua durante manifestación, Cuenca.

Escribe: Liz Zhingri

¿Cómo contener 17 días de un estallido social, que nos removió toda la piel, en menos de cinco mil caracteres?

Después de corazonar la manera adecuada de hacerlo, la respuesta que me dio el sentir fue simple: a través de las otras.

Amigas, mamá, hermanas, vecinas, abuela. El Paro Nacional de junio 2022 fue, contrario a lo que señaló la propaganda estatal, un momento de encuentro y reconocimiento, tanto con mis propios espacios vitales, como con aquellas que han sostenido dichos espacios sembrando —con el cuerpo y el corazón— sueños, lucha y memoria. Es así cómo decido escribir este texto: con y para ellas, «las mías». Para que la necropolítica capitalista, colonial y patriarcal no imponga su visión única, presta a señalar inquisitoriamente como «vandalismo» y «terrorismo» nuestras legítimas reacciones frente a una crisis sistémica, que exige el sacrificio y control de nuestros cuerpos-territorios.

Tomar las aulas, hacer nacer canciones para contener el dolor, preparar una mochila con insumos escolares, sembrar el alimento o elaborar un refrigerio, son acciones que conforman una resistencia que se articula en los espacios públicos y privados y que, en el caso de este texto, trazan una geografía de resistencia y de afecto que va a la periferia de la capital ecuatoriana, regresa a la ciudad de Cuenca y parte hacia la parroquia rural de Tarqui. Puntos en donde ellas estuvieron, así como otras antes de nosotras, haciendo la lucha para sostener la vida digna.

Contingente policial portando estandartes sobre el Puente Centenario, en Cuenca.

Nina

El 13 de junio de 2022, día en que inició el Paro, ella me escribió un mensaje donde decía: «tengo miedo, pero fuerza también». Aparte de esos esporádicos mensajes de Whatsapp, no teníamos forma de saber la una de la otra, razón por la cual buscaba su figura en todas las coberturas que llegaban desde Quito. Durante esos días, hasta el 30, únicamente los medios comunitarios dieron noticia sobre nuestras compañeras activistas y militantes. En el resto de canales de señal abierta, así como en las estaciones del espectro radioeléctrico, la agenda setting señalaba la cara más violenta de la represión, contándonos cual Gran Hermano, cómo operaba la mal llamada «estrategia de seguridad» del Estado.

Nina llegando a casa con su ayllu luego de exhaustos días. Nina golpeando su tambor afuera de la Casa de la Cultura el día que la Policía Nacional anunció su requisa. Nina cruzando con su canto los barrotes de hierro, los tanques de guerra, los camiones policiales, los helicópteros que sobrevolaban las marchas. Aunque nada de eso contaron los mass media, esa era la bella Nina, siendo fuerza que nacía al calor del movimiento indígena.

Sofía

Avanzado el Paro, hacia como el 20 de junio, fuera de casa solo se podía escuchar el estallido de las bombas. Caían una tras otra mientras el viento regaba su contenido por toda la ciudad. El gas se colaba por techos, puertas y ventanas a pesar de los trapos mojados que colocábamos en los alfeizares. Al sonido de las detonaciones se sumaban los gritos de las «marchas pacíficas» reunidas en el Parque de la Madre, que exigían castigo y cárcel para Leonidas Iza, dirigente de la CONAIE. Ese escenario iba escalando a lo largo de la tarde hasta caer la noche, cuando la policía cruzaba a caballo el Puente Centenario, portando estandartes lacres, lista para reprimir a otro grupo de «terroristas»: lxs estudiantes.

Con su mochila amarilla llena de sal, marcadores y pañuelos, Sofi entraba y salía de la universidad pública. Arengando fuerte contra la violencia policial y la política neoliberal, iba encapuchada, valiente como ella sola, a tomarse las calles junto con otrxs jóvenes de las facultades de filosofía, psicología, artes, entre otras. Hasta esa noche, en la que una compañera se acercó para decirnos que la U estaba sitiada y «las chicas no podían salir». Pensé en ella, en que la había visto unas horas antes para abrazarnos en medio del sol y del humo de llantas, y me aferré a mi teléfono desesperadamente. La operadora desviaba la llamada y me enviaba al buzón de voz. Todo esto mientras la policía hacía un cordón que nos separaba de la calle universitaria, haciendo el espacio impenetrable.

El miedo que decía la Nina era brutal. Sofi, compañera de la Colectiva Femininjas, psicóloga en formación, lideresa estudiantil, estaba a custodia de un grupo casi mercenario, que a esa hora perseguía con sus motos a lxs estudiantes por todo el barranco, haciéndoles rodar hacia las aguas heladas del río Tomebamba.

Mamá

Aquella noche que logré reunirme con Sofi aún tenía miedo. Hacía poco, «grupos de choque» autoconvocados para controlar el Paro Nacional y «promover la paz» se habían dispersado por el sector, dejando como testigos de su paso casquillos de plata en el suelo y olor a pólvora en el aire. En redes, estos movimientos de corte fascistoide amenazaban con ir a los sectores rurales para hacer purgas más fuertes. Pensé inmediatamente en mi mamá, en que debíamos volver a la comunidad para alertar lo sucedido. Otrxs compañerxs harían lo mismo en sus comunidades.

La madrugada del 25 de junio, nos encontrábamos empacando agüitas aromáticas y pan mixto que una vecina había horneado la noche anterior. Así, llegamos con este refrigerio al terruño, sorteando la distancia, el páramo y el frío. Grandes tramos de asfalto tenían una capa negra y bastante gruesa de hollín que se pegaba en los zapatos y en la ropa. Hollín que también estaba sobre el rostro de compañerxs que se habían mantenido en vigilia día a día, hollín que, incluso, cubría la lana de los perritos rebeldes que iban junto con su familia humana a defender su territorio de la ocupación policial y militar.

No habíamos abierto el cartón de pan cuando a lo lejos se escucharon nuevas detonaciones. Eran los contingentes policiales que nos alcanzaron con prontitud, llegaron disparando directo al cuerpo de jóvenes; persiguiéndonos por los caminos vecinales, por las chakras, por los cuyeros; entrando en las casas de la comunidad, y a muchos comuneros les obligaron a meterse en el río para luego llevarlos mojados en las patrullas. La medianoche llegó y con ella la incertidumbre. Mami nos guió en la oscuridad hacia el hogar seguro, así como lo hizo durante la tarde, en medio de la confusión, por la ruta segura para escapar de la policía.

Abuela, camino a su cocina, en Tarqui. 

Abuela

El poder de mi abuela es la siembra y cría de animales. En su huerta agroecológica tiene una variedad amplia de verduras y legumbres, a las que alimenta con el abono de sus gallinitas y cuyes. Gracias a ese sistema se surtió de comida durante los 17 días de Paro, así como a su comunidad, pues no faltó el día en que sus vecinas llegaron a comprarle ya una lechuga, ya un tomate de árbol, ya unos huevos, mientras le contaban el estado del resto de comunas.

Fue esa abuela y esa huerta las que nos dieron vida cuando llegamos en medio de la madrugada, después de un día sin mayor alimento y comiendo gas. Puso frente a nuestros ojos una tortilla de huevos y espinaca, y sirvió una agüita dulce de tipo (planta ornamental originaria de Los Andes, utilizada para aliviar el mal de altura o soroche)  mientras nos escuchaba. Luego, nos dirigió hacia los cuartos, donde un cuero de borrego estratégicamente tendido sobre el colchón nos protegió del frío y de la sensación de humedad. Teníamos la ropa llena de lodo, monte y gas, pero particularmente pude descansar como nunca, con la convicción de estar con las mías.

Perros que iban junto con su familia humana a defender su territorio, Cuenca.

***

Durante el Paro se convocaron mujeres y niñas en la ciudad y en el campo, en los espacios públicos y privados. Aquí he narrado a pocas, poquísimas. No quiero dejar de mencionar a las compañeras abogadas de DDHH que no descansaron y acompañaron a manifestantes en los juzgados y comisarías; a las compañeras comuneras de los sistemas de agua, cuya única arma fueron las ramas de eucalipto que cargaron por el centro histórico de Cuenca para defenderse del gas; a las compañeras artesanas del dulce que cuidaron los puestos de otras artesanas durante el Paro; a las compañeras que juntaron granos e hicieron los fogones para las ollas comunitarias; y también las niñas que acompañaban a sus madres y gritaban juntas las consignas sindicales mientras el cuerpo policial preparaba perdigones.

Para ellas y para todxs lxs que lucharon y luchan por el acto más radical de todos: hacer la vida.

¡Verdad, justicia, reparación!


Liz Zhingri Maestrante en Estudios de la Cultura con mención en Género y Diversidades. Milito el feminismo antirracista. Me interesa la investigación en torno a migraciones y genealogías.